martes, 4 de noviembre de 2008

El país del viento de William Ospina


Por Leonardo Iván Martínez
Ospina, William
El país del viento, Casa de las Américas.
Cuba, 1992.

Miren cómo el poeta observa el globo terráqueo, el representante a escala de la tierra asequible a las manos del artista. Miren cómo examina y busca el modo de colarse en cordilleras, valles, ríos y costas; hombres e historia.
América existe antes de que fuera América, tiene las huellas de miles de caminantes y navegantes asentadas en su tierra, y la palabra ha volado desde Bering hasta la Tierra de Fuego junto con su historia. A modo de memoria del quinto centenario, en el año de 1992 el poeta colombiano William Ospina publicó el poemario titulado El país del viento, un íntimo bosquejo y recorrido de punta a punta de nuestro continente, un rescate de la palabra colectiva de las Américas. Con este poemario Ospina demuestra su influencia al seguir los pasos que Pablo Neruda inició en el año de 1950 con la publicación del Canto General, tal vez el más ambicioso compendio de poesía épica de la segunda mitad del siglo XX.
William Ospina teje de manera armoniosa en El país del viento una multiplicidad de voces, históricamente contrapuestas sólo en apariencia; concilia la visión de personajes como Rodrigo de Triana, Manuela Saez, y Walt Whitman y nos traslada en la narración de referencia ancestral de los migrantes polinesios por las costas de Chile.
La voz del indio americano susurra a la luna En una tienda de Dakota cuando Ospina escribe: “La tibia la joven doncella se interna en el país de la sangre fértil,/yo soy el bendecido por la miel de los brazos en la penumbra,/ y una sección rasgada en la piel de la tienda deja ver la maciza blancura,/ el fulgor que sostiene en el cielo la continuidad de este sueño.” El erotismo lunar descrito desde el interior de una tienda nómada, cercada por búfalos es por su puesto parte de esa desconocida historia emocional de América. Pero también el miedo sopla en este país de viento, el conquistador que poco a poco será conquistado y que la voz del poeta parece recordarle al oído a Rodrigo de Triana: “eres un cuerpo humano, pequeño y frágil, meciéndose en lo alto/del mástil,/ como un péndulo inverso oscilando en el viento salado,/ en el viento hechizado, el en aire,/y por instantes te adormeces en el balanceo de las pesadas/ montañas de agua”. Sentimientos humanos conjugados con la historia, con el verbo, con una exploración que el poeta hace suya y la vuelve cuerpo estético. La palabra se hace historia, se teje con una colectividad, con el remo del polinesio y con los barcos del viking sorprendido por el mar en esas costas ignotas que siglos después llamarían Tarranova, la tierra nueva.

Selección de poemas de El país del viento.

El geólogo

Aquí hubo un mar hace un millón de años.
El hombre no lo sabe, mas la piedra se acuerda.
Pártela: hay un cangrejo en sus entrañas,
todo de piedra ya, forma magnífica
que se negó a ser polvo.
Ante el peñasco y el guijarro, piensa
que acaso fueron seres dolorosos,
sangre y pulmones palpitantes.
Entre la ciega roca
y el trémolo extasiado de la salamandra
tan sólo hay tiempo.

En una tienda dakota

La enorme luna blanca está tan cerca del horizonte que las hierbas
/se inclinan,
y el bisonte se duerme en un incendio frío bajo los invertidos desiertos,
y el grito del amor podría quebrar este cristal y esparcir sobre el mundo
informes monumentos de jade blanco y grandes rocas del color
/de las perlas.

La tibia la joven la firme doncella se interna en el país de la sangre
/fértil,
yo soy el bendecido por la miel de sus brazos en la penumbra,
y una sección rasgada en la piel de la tienda deja ver la maciza blancura,
el fulgor que sostiene en el cielo la continuidad de este sueño.

Abrázame que vienen las grandes paredes de hielo,
bésame para que una sombra de labios me salve de la sequía,
ámame para que mañana una antorcha despierte a los lobos,
canta o reza en mi oído después del amor para que la luna
/ no se seque en los ríos.

martes, 2 de septiembre de 2008

En defensa de Ernesto Cardenal

Salmo 1

Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gangsters
ni con los generales en el Consejo de Guerra


Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio

Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans
Será como un árbol plantado junto a una fuente.



Ernesto Cardenal es, dentro de las plumas latinoamericanas, una de las más claras y consecuentes en la lucha por la justicia para los pueblos. Recuerdo que hace un par de años leí extractos de Los evangelios en Solentiname, y me asombraba ver en la contraportada, que la intención era difundir una obra en donde se hermanaran los evangelios bíblicos y la poesía de San Juan de la Cruz con el marxismo. Con este libro pude conocer un poco más de Ernesto Cardenal, del que ya había leído sus famosos Epigramas y Salmos, y me conmovió ver la manera en que, con una polifonía popular, los Evangelios eran reinterpretados por la comunidad de la isla de Solentiname.

Ahora, este brillante poeta y revolucionario, es amenazado por una camarilla gansteril encabezada por Daniel Ortega. Un juicio en contra de Cardenal ha sido reabierto después de años de una sentencia absolutoria; las razones son las críticas que Cardenal ha hecho últimamente al gobierno de Daniel Ortega.

A continuación publico el comunicado que circula en la web.



A LA COMUNIDAD INTERNACIONAL:


Denunciamos el reciente ataque del gobierno de Daniel Ortega contra el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal. El Padre Cardenal había sido acusado en 2005 por injurias a raíz de una carta que publicó en defensa propia, y recibió una sentencia absolviéndolo de estos cargos y declarándolo inocente, tan absurda era la acusación. Ahora, un juez obediente a Ortega ha revocado esa sentencia declarándolo culpable. Esta acción es totalmente ilegal. La legislación nicaragüense considera que una sentencia sólo puede ser apelada en los seis meses siguientes, de lo contrario se considera cosa juzgada, y no puede cambiarse. Pero el sistema judicial responde a la voluntad política de Daniel Ortega.

Todo aparece como una clara represalia por la permanente actitud crítica del padre Cardenal contra los abusos del gobierno de Ortega. Casualmente, esta sentencia fue dictada a su regreso de la toma de posesión del Presidente Lugo en Paraguay, a la que fue invitado de honor y a la que Daniel Ortega se vio impedido de asistir por el rechazo de las organizaciones feministas a su presencia, dada la acusación de abuso sexual que le hiciera su hijastra, Zoilamérica Narváez. En Paraguay, como en otros lugares, Cardenal dijo lo que piensa de Ortega.

La integridad de Ernesto Cardenal y sus credenciales como persona que ha dedicado su vida a la causa de la justicia, confieren enorme autoridad a sus críticas, tanto dentro como fuera de Nicaragua. Esto resulta intolerable para Daniel Ortega y es la razón por la cual Ernesto Cardenal ha sido condenado en un fallo judicial injusto y vengativo, y por tanto escandaloso.

Ernesto Cardenal es la más reciente víctima del acoso sistemático orquestado en contra de todos aquellos que han levantado sus voces para denunciar la falta de transparencia, el estilo autoritario y el comportamiento inescrupuloso y la falta de ética de Daniel Ortega en su retorno al poder.
Llamamos a los escritores y amigos de Nicaragua en el mundo a denunciar esta persecución política, a demandar el cese de estas acusaciones ilegales e infundadas y a expresar su solidaridad con Ernesto Cardenal y con el derecho del pueblo nicaragüense a vivir libre de miedo y represión.

viernes, 20 de junio de 2008

La poesía moderna y la necesidad de los poetas.



Mi amigo José Palacios Machégora me prestó una revista colombiana de literatura que se llama Luna de locos, en ella he encontrado un ensayo escrito por el poeta y crítico colombiano William Ospina, en verdad fundamental para entender el lugar del poeta en la modernidad.
Se los comparto.

La edad del desierto crece
Una reflexión sobre la poesía moderna
Por William Ospina
Hay un tipo de aviso que no es posible encontrar en el mundo moderno: "se necesitan poetas". El mundo necesita economistas y astrónomos, biólogos y matemáticos, torneros y ceramistas, redactores de textos e ilustradores, arquitectos y mecánicos, pero ciertamente no parece necesitar poetas. Esto no siempre ha sido así. Hubo épocas en la historia de Occidente en las que existía la necesidad vital de la poesía y el poeta era expresamente necesario para el orden social. La expulsión de los poetas de la República por parte de Platón en la antigüedad era un hecho que atestiguaba su importancia . Si no fueran importantes, si no fueran muy importantes, el filósofo simplemente habría sido indiferente a su existencia, habría hecho lo que los avisos de hoy: no tomarlos en cuenta. Pero Platón tuvo la necesidad de considerarlos, de pensar en ellos de asumirlos como parte indiscutible de la realidad, y finalmente decidir el lugar que ocuparían en su república ideal: el enigmático pero muy visible lugar de quienes quedan expresamente fuera de la República. Se diría, por negación, los poetas terminan ocupando un lugar de privilegio en la república platónica. Estar por fuera del orden social, siendo los creadores con el lenguaje, siendo los emisarios de los mensajes divinos, de acuerdo con la idea imperante en aquellos tiempos en la que también Platón creía, es ser investidos de la condición de perturbadores, de alteradores del orden social. Es como si Platón dijera: es desde fuera de la República como ingresarán en ella las verdades perturbadoras, las verdades que, sin estar privilegiadas de obligatoriedad, tendrán en le poder de la revelación y en su propia armonía interna su poder persuasivo, su capacidad de modificar la realidad, su capacidad para influir sobre la humanidad.
Alguien dirá que la República de Platón no era más que una entelequia en su mente, y que jamás se convirtió en una realidad para el mundo, pero ello puede ser discutido. A lo mejor Platón no estaba hablando tanto de un orden ideal cuanto de un orden profundo, del modo como las cosas tienden a disponerse por los naturales equilibrios y desequilibrios de la condición humana. En ese caso diríamos que en toda sociedad ordenada al modo Occidental los poetas están excluidos de la República.
Pero la situación a la que aludíamos inicialmente no es la exclusión a la manera platónica, que, repito, es la definición de un lugar específico de influencia, sino la condición singular de la poesía en lo que llamamos el mundo moderno. Vivimos en un mundo donde la poesía no parece ser necesaria. Paul Valery dijo alguna vez con esa fina perspicacia que lo caracteriza, que la principal característica del burgués es que es alguien que disfruta del arte, aprecia el arte, admira el arte, pero esencialmente no necesita del arte y podría pasarse sin él. Esa es la condición de la poesía en el mundo moderno: no algo que estorbe, no algo que desagrade, no algo que pase inadvertido, pero sí algo que no se siente necesario para el orden existente, algo de lo que se podría prescindir. Una posición radicalmente distinta de la que vivió Grecia clásica, donde los rapsodas eran una necesidad cotidiana; de la cultura judía que engendró el Libro de los libros, y dependió siempre de él para vivir; distinta de la cultura árabe que engendró Las mil y una noches, y que necesitaba de esos relatos nocturnos para equilibrar su relación con el mundo; distinta de aquellas culturas nórdicas que necesitaban producir las sagas y los cantos de los skaldos; distinta del mundo provenzal que necesitaba de su poesía amorosa y cortesana; y, por su puesto, distinta de las culturas mágicas de África, de América y de Oceanía, que no pueden vivir sin el orden melodioso y rítmico de sus rezos y de sus mitos, sin la canción para curar la locura de los Cuna, sin las oraciones para pescar de los Sikwani, sin las enumeraciones de lugares sagrados visitados por las águilas que ordenan la relación con el espacio de los U´was de la sierra de Cocuy.
No sabemos a partir de qué momento en la cultura de Occidente la poesía empezó a dejar de ser necesaria de ese modo vital, y empezó a ser vista como un adorno y como un juego. Pero es evidente que ahí comenzó una edad inquietante para nuestra civilización. Es precisamente a esa época a la que damos el nombre de Edad Moderna, y es a la poesía escrita en ella a la que daremos el curioso nombre de Poesía Moderna. Los poetas modernos, son, pues, los que no son necesarios. O, para decirlo de un modo más riguroso, los que se han dedicado a la poesía con plena conciencia de que la sociedad no los necesita, pero arrastrados por un destino que les impide ser otra cosa, entregados al mismo tiempo al “más inocente de los oficios”, como llamó Hölderlin a la poesía, y manejando sin embargo, como también dijo Hölderlin, “el más peligroso de todos los bienes”, el lenguaje.
Los poetas modernos corresponden a esa curiosa edad; una edad en que, disgregados los grandes sueños colectivos, el creador está solo con un lenguaje que, siendo obra de todos, se vive como una experiencia individual, y crea unas obras en las que se obstina por darle un sentido histórico y mítico a una existencia anclada en lo cotidiano y en l marginal. No importa si ese poeta es un gran editor como T.S Eliot, un preceptor privado como Hölderlin, un banquero como Wallace Stevens, un libertino vagabundo como Verlaine, un periodista como Walt Whitman, un funcionario de la rama judicial como Aurelio Arturo, un enfermero como Georg Trakl, un dramaturgo como Bertold Brecht, un bibliotecario como Borges, un dandy feliz como Paul Jean Toulet, o un dandy desdichado como Baudelaire, su tarea esencial es la poesía, y como ella, el ejercicio en cuya necesidad profunda sólo él parece creer.
Es de Baudelaire de quien se dice que definió los estatutos de la modernidad. La verdad es que en su aventura vital se hizo perfectamente perceptible ese orden social en el cual el poeta es innecesario. Nadie como él vivió como un drama cósmico esa pérdida de función en la sociedad, nadie como él encarnó una rebelión contra un mundo que creía poder prescindir de valores largo tiempo respetados y apreciados. No fue, por su puesto, el primero, pero fue quien más vigorosamente el furibundo papel de desterrado. Comprendió que lo que estaba siendo excluido por el orden moderno no era precisamente el poeta sino la poesía, que ese drama comprometía cosas más profundas que un mero desdén por el lenguaje inspirado y por la música verbal, que representaba tal vez el paso del orden de lo ideal al orden de lo pragmático, el sometimiento de lo universal a la regla del cálculo.
En los tiempos que corren, se diría que el poeta es un sacerdote sin templo y sin Dios. Es por ello que en ninguna época de Occidente la poesía se pareció más a la locura, nunca les pareció a los padres más insensato que sus hijos se dedicaran a ese oficio, nunca nada fue menos lucrativo, y todo poeta en Occidente, salvo los que pretendieron hacer de su condición un instrumento del poder político o un espectáculo pintoresco, tuvo que dedicarse para sobrevivir a algún otro oficio paralelo. Pero tal vez en ninguna época de Occidente fue la poesía más significativa y más hondamente necesaria que en este época en que parece que no se le necesita. Porque la poesía es desde hace un par de siglos una trinchera de resistencia de la complejidad del espíritu y de la diversidad del mundo, contra los poderes que se han hecho dueños de la historia y que disponen a su antojo del destino de millones de seres humanos. Baudalaire, quien se complacía en llamarse a sí mismo “el poeta”, desde cuando descubrió que ese oficio era desdeñado , procuró vivir la vida entera con esa suerte de condición arquetípica. Su madre era la madre del poeta, su dios, el dios del poeta, sus vicios, los vicios del poeta, su rencor, el rencor del poeta. Desde allí definió su espíritu de resistencia. Bienintencionados consejeros le debieron recomendar continuamente que enmendara sus pasos, que volviera al orden, que se acogiera a la moral, que respetara la belleza. Pero él hizo de su arbitrariedad su doctrina, y en esa oposición extrema a todo lo respetable procuró convertir a la poesía en algo incómodo, el algo venenoso, en algo que hiciera sentir su presencia y que, a falta de su necesidad, revelara su peligrosidad. Así se prolongó la alianza de el más inocente de los oficios con el más peligroso de los bienes para traer un poco de vértigo espiritual y de violencia mental al mundo dócil de los mercaderes, al mundo manipulado de los consumidores y al mundo de los seguidores de los tecnócratas.
En la antigüedad los poetas instauraban en canon de la verdad, de la belleza, del bien. En la modernidad los poetas parecen haberse dedicado a contrariar los cánones, impuestos a la sociedad por poderes menos francos y menos inocentes. La tarea del poeta, escribió Hölderlin, consiste en hacer poético lo no poético. Estos sacerdotes modernos sin templo y sin Dios son curiosos sacerdotes no del orden sino de la rebelión contra el orden. En algunos como Emily Dickinson, esa rebelión es totalmente privada, aunque no por ello menos peligrosa. En otros, como en Walt Whitman, es una suerte de evangelio orgiástico, un vigorosa y sensual rebelión contra la cultura de la culpa y del desprecio por el cuerpo. En otros, como en Rimbaud, un delirio fosforescente que quisiera volcar los fundamentos de la realidad y crear con sus restos un mundo donde sea posible la vida plena, la vida desenfrenada y sin límites. Para todos estos poetas modernos lo esencial es la embriaguez. No la embriaguez limitada a sus efectos menores aletargantes o narcóticos, sino la embiaguez como un modo de vida. Estoy ebria de aire, dice Dickinson, bebida de rocío, y voy con pie inseguro, en estos largos días de verano, por posadas de azul fundido y puro. Después se llama a sí misma, de un modo casi místico, la beoda pequeñita que en los rayos del sol está apoyada. También está ebrio de aire el barco en que Rimbaud se transfigura, libre, humeante, cargado de neblinas violetas, y el poeta reclama, como condición para la creación, el desorden de los sentidos. Apollinaire tiene al comienzo del poema su vaso lleno de vino que tiembla como una llama, y al final el vaso estalla como una carcajada. Pero claro, ese desorden de los sentidos, esas transmutaciones, esa destilación de licores peligrosos, ese ate de exprimir el licor de las flores del mal, o eso que llamaba Shakespeare un licor hecho de lágrimas de sirenas, y ofrecérselo al mundo, no es una mera rebelión, un simple escándalo para que se sienta que los poetas viven todavía, que todavía trenzan sus palabras, que todavía quieren ser escuchados. Terminada la Revolución Francesa, que se quiso magia y religión, y que terminó instaurando sólo el reino de las factorías y de los bancos, comenzó en Occidente lo que llamaría Nietzsche la edad del desierto que crece, lo que llamaría de Quincey el vórtice de lo meramente humano. Pero alguien tenía que seguir cuidando, como Juliano, el orden de las antiguas cosas sagradas; alguien tenía que seguir la noche entera, como don Quijote, velando las armas de una edad de heroísmo y de generosidad, de intensidad en la relación con el mundo, de perplejidad y de capacidad para conmoverse, cuando ya triunfaban en el mundo los ideales de la comodidad y de rendimiento; resistir hasta que la civilización se encontrara de nuevo con sus sueños. Es esa función sagrada de embriaguez y de espera , de vigilia y de errancia lo que resumió en su poema Pan y Vino, el poeta en quien primero advertimos este estremecimiento de la modernidad, esta conciencia del nuevo papel de la poesía en el orden del mundo, Friederich Hölderlin: Luego, para qué poetas en tiempos miserables? Y sin embargo los hay, me dices, y son como los sagrados sacerdotes del Dios de las viñas, que vagan de tierra en tierra en la noche sagrada.
Luna de locos. Revista de poesía Año 7 No 12, Pereira, Colombia, Agosto de 2005.

miércoles, 11 de junio de 2008

Llanto por la muerte de un perro


Hoy me llegó una carta de mi madre

y me dice, entre otras cosas: –besos y palabras-

que alguien mató a mi perro


“ladrándole a la muerte,

como antes a la luna y al silencio,

el perro abandonó la casa de su cuerpo,

-me cuenta-,

y se fue tras de su almacon su paso extraviado y generoso

el miércoles pasado.

No supimos la causa de su sangre,

llegó chorreando angustia,

tambaleándose,

arrastrándose casi con su aullido,

como si desde su paisaje desgarrado hubiera

querido despedirse de nosotros;

tristemente tendido quedó

-blanco y quebrado-,

a los pies de la que antes fue tu cama de fierro.

Lo hemos llorado mucho...”

Y, ¿por qué no?

yo también lo he llorado;

la muerte de mi perro sin palabras

me duele más que la del perro que habla,

y engaña, y ríe, y asesina.

Mi perro siendo perro no mordía.

Mi perro no envidiaba ni mordía.

No engañaba ni mordía.

Como los que no siendo perros descuartizan,

destazan,

muerden

en las magistraturas,

en las fábricas,

en los ingenios,

en las fundiciones,

al obrero,

al empleado,

al mecanógrafo,

a la costurera,

hombre, mujer,

adolescente o vieja.


Mi perro era corriente,

humilde ciudadano del ladrido-carrera,

mi perro no tenía argolla en el pescuezo,

ni listón ni sonaja,

pero era bullanguero, enamorado y fiero.

A los siete años tuve escarlatina,

y por aquello del llanto y el capricho

de estar pidiendo dinero a cada rato,

me trajeron al perro de muy lejos

en una caja de zapatos. Era

minúsculo y sencillo como el trigo;

luego fue creciendo admirado y displicente

al par que mis tobillos y mi sexo;

supo de mi primera lágrima:

la novia que partía,

la novia de las trenzas de racimo y de la voz de lirio;

supo de mi primer poema balbuceante

cuando murió la abuela;

el perro fue en su tiempo de ladridos

mi amigo más amigo.“Ladrándole a la muerte,

como antes a la luna y al silencio,

el perro abandonó la casa de su cuerpo

-dice mi madre-

y se fue tras de su alma –los perros tienen alma:

un alma mojadita como un trino-

con su paso extraviado y generoso

el miércoles pasado...”

Ay, en esta triste tristeza en que me hundo,

la muerte de mi perro sin palabras

me duele más que la del perro

que habla,

y extorsiona,

y discrimina,

y burla;

mi perro era corriente,

pero dejaba un corazón por huella;

no tenía argolla ni sonaja,

pero sus ojos eran dos panderos;

no tenía listón en el pescuezo,

pero tenía un girasol por cola

y era la paz de sus orejas largas

dos lenguasde diamantes.



Abigael Bohórquez (1936-1995)

miércoles, 30 de abril de 2008

El camino de las revoluciones de Nuno Júdice



En las ciudades extrañas, donde las revoluciones se hacen
despacio, y los diarios son leídos de atrás hacia delante, oigo
los pájaros que cantan en los árboles sin hojas. Un hombre apunta
la linterna para la puerta abierta, y cuando le dicen
que es de día él responde que es ciego, y necesita
encender la linterna para ver el camino que nunca
ha de ver. A la entrada de la casa, donde la mujer espera
que él entre, la revolución ya subió las escaleras hasta el infinito
donde se juntan todas las revoluciones. La burguesía de las ciudades
extrañas calienta el té para que las revoluciones lo beban
por las tazas de porcelana que ninguno llevó, como
si las revoluciones necesitaran de té. El ciego continúa
apuntando la linterna para las escaleras, donde la mujer
piensa que se ha de cerrar la puerta para que las revoluciones
no vuelvan a salir, después de que tomen el té. Y la burguesía
llena de azúcar las tazas de porcelana, donde el té
humea, para endulzar la boca de las revoluciones. La mujer
cerró la puerta; y el hombre apaga la linterna, para finalmente
ver todo lo que pasa a sus espaldas.

Nas cidades estranhas, onde as revoluções se fazem
devagar, e os jornais são lidos de trás para a frente, ouço
os pássaros que cantam nas árvores sem folhas. Um homem aponta
a lanterna para a porta aberta, e quando lhe dizem
que é dia ele responde que é cego, e precisa
de acender a lanterna para ver o caminho que nunca
há-de ver. À entrada da casa, onde a mulher espera
que ele entre, a revolução já subiu as escadas até ao infinito
onde se juntaram todas as revoluções. A burguesia das cidades
estranhas aquece o chá para que as revoluções o bebam
pelas chávenas de porcelana que ninguém partiu, como
se as revoluções precisassem de chá. O cego continua
a apontar a lanterna para as escadas, onde a mulher
pensa se há-de fechar a porta para que as revoluções
não voltem a sair, depois de tomarem o chá. E a burguesia
enche de açúcar as chávenas de porcelana, onde o chá
fumega, para adoçar a boca das revoluções. A mulher
fechou a porta; e o homem apaga a lanterna, para finalmentever
tudo o que se passa à sua volta.
Traducción de Leonardo Martínez.

domingo, 27 de abril de 2008

Otorgan a Juan Gelman el Premio Cervantes de las Letras 2007


El día miércoles 23 de Abril en el auditorio de la Universidad de Alcalá de Henares, el poeta argentino Juan Gelman fue distinguido con el Premio Cervantes 2007.
Juan Gelman ha vivido sus últimos treinta años fuera de su natal Argentina ya que perseguido por la dictadura militar tuvo que exiliarse en varios países hasta asentarse definitivamente en México donde, según sus propias palabras, ha decidido pasar sus días finales.
Si hay alguien que escriba y habite la poesía de manera tan comprometida e intensa es precisamente Juan Gelman. La pérdida de su hijo y su nuera a manos del ejército argentino y la inagotable búsqueda de su nieta, con quien finalmente se ha reunido, han hecho que su voz sea escuchada en prácticamente todo el mundo.

Sidney West, Butch Butchanan, Parsifal Hoolig y todos los que alguna vez se lamentaron, hoy aplauden y dan las gracias al ingenioso hidalgo de las letras y de la justicia, Juan Gelman.

Consejos para ser un escritor. Juan Gelman.

Lo primero es conoser vien la hortografia.
Cuide la concordancia, el cual son necesaria para que Ud. no caigan en aquellos errores.
Y nunca empiece por una conjunción.
Evite las repeticiones, evitando así repetir y repetir lo que ya ha repetido repetidamente.
Use; correctamente. Los signos: de, puntuación.
Trate de ser claro; no use hieráticos, herméticos o errabundos gongorismos que puedan jibarizar las mejores ideas.
Imaginando, creando, planificando, un escritor no debe aparecer equivocándose, abusando de los gerundios.
Correcto para ser en la construcción, caer evite en trasposiciones.
Tome el toro por las astas y no caiga en lugares comunes.
Si Ud. parla y escribe en castellano, O.K.
¡Voto al chápiro!... creo a pies juntillas que deben evitarse las antiguallas.
Si algún lugar es inadecuado en la frase para poner colgado un verbo, el final de un párrafo lo es. ¡Por amor del cielo!, no abuse de las exclamaciones.
Poné cuidado en las conjugaciones cuando escribáis.
No utilice nunca doble negación.
Es importante usar los apóstrofo's correctamente.
Procurar nunca los infinitivos separar demasiado.
Relea siempre lo escrito, y vea si palabras. Con respecto a frases fragmentadas.

miércoles, 23 de abril de 2008

Contraverano de Mijail Lamas

Las voces del puerto nunca esconden sus tonos melancólicos ante la voracidad de las ciudades. En estas voces solemos encontrar la sombra de un pasado que las persigue, las devora e incendia incansablemente. Ni las alturas de edificios camuflajeados con palmeras urbanas logran amparar al nuevo inquilino frente a la amenaza del sol por convertirlo en carbón. …Para qué hacer fogatas donde todo se quema no te gusta ese olor a hierbas dame otra cerveza dirá en la páginas de Contaverano Mijail Lamas para contrarrestar los efectos de la estación febril que llevamos en el fondo cada uno de nosotros.
Yo nunca he ido a Culiacán pero imagino el calor cercano al trópico que permite a los paseantes en alguna carretera, sustituta del infierno, freír un huevo en el cofre de algún auto, para degustarlo con cerveza Pacífico, levantar los pies sobre la mesa y leer la lumbre de Contraverano. Tal vez quemarnos la manos o los mismos ojos al leer el cuestionamiento que hace el primo muerto a la profesión poética:
¿Qué es lo que hacen los poetas para ganarse la vida?
Pero él ya no vive para poder explicarle
que un poeta no se gana la vida,
que la vida nos gana con trampas el juego
y es un lugar común decir que es injusta
como la muerte.
Ante la lejanía de la casa materna, cómo guarecernos de la violencia de los días, de la persecución cotidiana del verano interno y estacional. Tal vez la sombra y la soledad; el recuerdo fundido con la oscuridad de algún cine y su calor adormecible nos regrese o por los menos simule el calor del hogar.
Los escenarios en los que transcurren los poemas de Contraverano son
disímiles. Nos hayamos en una ciudad agreste, donde fundimos nuestras suelas a las banquetas cobrando nuestra cuota de infame sol y dando saltos cuánticos nos arropamos en el recuerdo y las vivencias del poeta por alguna playa del pacífico mexicano, las canciones del Ramón Ayala en la camioneta y tal vez la imagen de alguna bella culichi que "traiba" en la cintura un verano que termina derritiéndonos la voz.
Eso es Contraverano, una toma de posesión del desencanto afinado con el luminoso leimotiv que consiste en huir del sol y a mismo tiempo acercarse al fuego en un ritual fraterno.

Dicen que en estos tiempos el sol calienta más.
Sólo yo sé que el único culpable es el verano,
que alarga a donde va su permanencia,
que anda en busca de mí por todos lados
y me encuentra.

La carnalidad del universo en nosotros mismos, la materia que incorruptiblemente se transforma en metáfora:
La fiebre es el verano del cuerpo,
deja quebrado el árbol que nos mantiene en pie
y hace nacer la flor de sangre entre los labios.

Entonces, qué mejor manera de llegar a las mitades de esta calurosa y a veces torrencial y brumosa primavera que con el Contraverano de Mijail Lamas, que tal vez nos sirva, si no para hacernos sombra en la cabeza con cada uno de sus versos, sí para aceptar placentera y respetuosamente nuestra cercana incineración.

Contraverano, FETA y CONACULTA, 2007.