jueves, 13 de mayo de 2010

75 años de Roque Dalton, 35 años sin Roque Dalton.


Pronunciamiento de la comunidad académica, artística e intelectual de México por el 35 aniversario del asesinato del poeta salvadoreño Roque Dalton

Al Presidente de la República de El Salvador, Mauricio Funes
Al pueblo de El Salvador
A la familia Dalton Cañas
A la comunidad académica, artística e intelectual de Latinoamérica y el mundo

Los abajo firmantes, miembros de la comunidad académica, artística e intelectual de México manifestamos nuestra inquietud por la posición que ha asumido el gobierno de El Salvador con respecto a la memoria del poeta salvadoreño Roque Dalton, al cumplirse 35 años de su asesinato.
Las últimas noticias nos informan del nombramiento de Jorge Meléndez como director de protección Civil de El Salvador, lo cual nos alarma de sobremanera, ya que el presidente Mauricio Funes obvia u olvida que Meléndez, mejor conocido como “Jonás” en la época que perteneció al Ejército Revolucionario del Pueblo, fue uno de los miembros de la dirección de este ejército guerrillero que dio la orden, junto a Joaquín Villalobos y Alejandro Rivas Mira de ejecutar al poeta Roque Dalton.
Consideramos que esta actitud enturbia la posibilidad de enaltecer la memoria del poeta. Sostenemos que la mejor manera de honrar la memoria de Roque Dalton al cumplirse 35 años de su asesinato no es con homenajes de pompa y platillo sino enjuiciando y procesando a sus asesinos confesos. Sostenemos que la democracia en El Salvador no será posible hasta que se esclarezcan los crímenes que ensombrecen el pasado y la memoria de esta nación hermana. Respaldamos a la familia Dalton Cañas en la exigencia que hacen al presidente Mauricio Funes para la renuncia inmediata de Jorge Meléndez de la dirección de Protección Civil, y exigimos, desde México, el esclarecimiento de los crímenes contra el poeta Roque Dalton, Monseñor Óscar Arnulfo Romero, y los mártires de la UCA.

Porque el hermano pueblo salvadoreño merece construir su presente y su democracia honrando su memoria histórica con justicia:


Firman
Leonardo Iván Martínez (poeta), Iván Cruz Osorio (poeta), Carlos López Barrios (poeta), Dalí Corona (poeta), José Vicente Anaya (poeta), Thelma Nava (poeta), Saúl Ibargoyen (poeta), Ámbar Past (poeta), Tania Ocampo Saravia (posgrado-UNAM), Omar Pimienta (poeta), Gerardo A. Martínez, Carlos Gutiérrez Valverde (poeta), Rodrigo Nava (UMSNH), José Palacios Serrato (poeta), Heriberto Paredes Coronel (posgrado-UNAM), Raciel Quirino (poeta), Jorge Dolores Bautista (posgrado-ColMich), Carlos Ramírez Vuelvas (poeta), José Francisco Conde Ortega (poeta), Jesús Francisco Conde de Arriaga (narrador), Alan Ramírez (actor), Marlene Romo (posgrado-UNAM), Jorge Mendoza Romero (ensayista), Ángel Carlos Sánchez (poeta), Mónica Muñiz Mexicano (psicóloga), Diana Fuentes (Profesora FFyL), Eduardo Langagne (poeta), Max Rojas (poeta), Espartaco Rosales, Periódico El Zenzontle, José Ruñín Soto, Tanya Cosío (poeta), Roberto Cruz Arzabal (poeta), Rodrigo Morales (fotógrafo), Rocío Gress Carrasco (historiadora del arte), Daniela Pastor Téllez (historiadora), Mijail Lamas (poeta), Francisco Hernández Rojas (UACM), Mónica Mendoza, Jaime Montejo (periodista), Elvira Madrid Romero (Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez” A.C. de México), Adriana Luna, Martín Barrios (poeta y activista sindical), Pablo Quezada Híjar, Jocelyn Pantoja (poeta), Aurea María Sotomayor (Universidad de Puerto Rico), Néstor E. Rodríguez (Universidad de Toronto), Óscar Sauri Bazán, Cristina Híjar (crítica de arte), Ana Escoto (salvadoreña residente en México), Ana Pamela Gómez Sotomayor (poeta-Puerto Rico), Mayeli Corona Romero (filóloga), Milton Medellín (poeta), Humberto Acebedo (poeta), Roberto Callejo y Torrentera (editor), Mario Aguirre Beltrán, Andrea Híjar, Carmen Centeno (Universidad de Puerto Rico), Adrián Meneses Duarte, Andrea Narno Híjar, Elia García (Editora), Eduardo Mosches (Editor), Alberto Híjar (crítico de arte), Dana Gelinas (poeta), Enrique Maraver (escritor), Javier Enríquez Sam, Rafael Acebedo (Universidad de Puerto Rico), Fernando Jiménez, Dania Beltrán (editora), Liliana García Sánchez, Liliana Hernández Montoya, Ricardo Cano Bonilla (filósofo), Isabel Romero (UNAM), Víctor Zenón Vargas, Francesca Gargallo (novelista), Rosa Báez (poeta- Cuba), Félix Contreras (poeta- Cuba), Winston Orillo (poeta- Premio nacional de poesía de Perú), Juana García Abás (escritora-Cuba), José Luis Fariñas (pintor- Cuba), José Masipp (Cineasta- Cuba), Luis Marré (escritor-Cuba), Román Castellanos (Profesor- UNAM), Salvador Gaytán Aguirre, Luz María Aguilar Terrés, José Luis Alonso Vargas, Colectivo de Trabajadores Democráticos de Puebla.

lunes, 25 de enero de 2010

Sonetos del jamón.

Hay dos figuras emblemáticas de la literatura en lengua española del siglo XX, cada una de ellas originaria de lados opuestos del Atlántico, ambos contemporáneos y simpatizantes de la misma causa, la causa de los pueblos. Uno de ellos nació en la provincia de Camagüey, Cuba y su nombre es Nicolás Guillén quien junto con el también camagüeyano Emilio Ballagas desarrolló la poesía de la negritud, una poesía que rescató no sólo las temáticas sociales y cotidianas de la población negra de la isla, sino su misma oralidad. El otro, oriundo del puerto de Cádiz -esplendor colonial y de resistencia del pueblo español- es Rafael Alberti, significativo representante de la generación del 27 quien junto a Miguel Hernández, Dámaso Alonso y Federico García Lorca, entre otros, dio a la poesía en lengua española una transparencia en su expresión tan abundante que impregnó a las comunidades literarias de otras latitudes, como la de Nuestra América.

La amistad de estos dos poetas inició en el año de 1937, en aquel II Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura que se realizó en las ciudades de Valencia, Madrid y Barcelona en plena Guerra Civil Española. Esta amistad se prolongó hasta la muerte de Nicolás Guillén en 1989. Queda de esta amistad un par de poemas de corte epistolar que acompañaban los envíos de mutuos presentes de los poetas. Fue precisamente en el número 11-12 de La Gaceta de Cuba, órgano periodístico de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en enero de 1963 donde aparecieron dos sonetos. El primero fue recibido por Rafael Alberti pegado a un jamón que Nicolás Guillén le envió a la Argentina donde vivió exiliado desde 1940, el segundo soneto es el remitente que recibió Guillén del poeta gaditano agradeciendo tan solemne y sabroso envío.
He aquí una copia para disfrute del gusto poético y gastronómico de los lectores.

martes, 15 de septiembre de 2009

De flores y fusiles

La mañana del 25 de abril de 1974 Lisboa despertó con la noticia de un levantamiento militar en contra del gobierno de Marcelo Caetano, heredero político de la dictadura fascista del general Salazar, el Franco portugués. El movimiento se había gestado en los cuarteles ante la desgastante guerra que Portugal había sostenido en sus colonias, guerra de la que cada vez se veía más lejana la posibilidad de una salida militar, debido al aumento en la capacidad de fuego que con los años habían logrado los ejércitos de liberación. A la par que el Ejército de los Estados Unidos retiraba sus tropas de Vietnam, por la histórica derrota ante el ejército del Vietcong, en el ejército portugués se debatía el modo de dar fin a guerra colonial.
La guerra en Angola y Mozambique era tan ajena tanto para los soldados como para la población lusitana y el hecho de realizar el servicio militar en los territorios de ultramar significaba la causa de una incomodidad in crecendo por parte de los sectores jóvenes de la sociedad. Ese descontento llegó a las filas del ejército. La joven oficialidad inició hacia el año de 1973 un movimiento clandestino para solucionar el conflicto de raíz, era como arrancar la hierba que impide el crecimiento de las flores por más silvestres que estas sean: se necesitaba transformar el problema de raíz. No era suficiente con cambiar la actitud de las tropas o de los generales hacia el conflicto, se trataba de cambiar las cosas desde la metrópoli misma.
Fue en los cuarteles de donde salió la mano que arrancó la cizaña de los campos. La madrugada del 25 de abril un comando militar tomó las principales radiodifusoras de Portugal y de las Azores y transmitieron al mismo tiempo la canción Grândola Vila Morena del cantante de fado José “Zeca” Alfonso: la señal estaba dada. En algunos regimientos la alta oficialidad fue arrestada pero en la capital las cosas no fueron tan rápidas como en los territorios de provincia y de ultramar.

Por la mañana la población lisboeta salió de sus hogares y el desconcierto inicial se aclaró cuando se supo que eran los capitanes, los mandos medios, los que encabezaban el levantamiento militar y que la demanda principal era la destitución de Caetano y el retiro de las tropas de las colonias. Eso significaba el regreso de los soldados a sus hogares, el fin de una guerra sin consenso entre la población lusitana.
Cuando el gabinete del dictador se atrincheró en el palacio de gobierno y los oficiales de artillería leales al levantamiento rodeaban la guarida, el pueblo respondió con lo que tenía a la mano, con las flores que crecen en los caminos a las afueras de Lisboa, con claveles rojos que fueron colocados en las solapas y bocas de los fusiles de los soldados.
Fue del otro lado del Atlántico donde la demanda universal en búsqueda de la paz tuvo respuesta. Seis años antes se había difundido la imagen de un joven estudiante norteamericano que durante una marcha pacifista pone flores blancas ―también parecen claveles― en las bocas de los fusiles de una amenazante Policía Militar, en las inmediaciones del Pentágono. Eso fue en Washington en 1968, pero en abril de 1974 el clavel rojo se convirtió en un símbolo de resistencia ante las dictaduras militares. Ahora todos querían un clavel, algo que diera esperanza, que dijera que no todo estaba perdido. Chico Buarque lanzó, entonces una canción que refería el asunto, la canción se titulaba Tanto mar. Desde Brasil se mandaba un saludo a la fiesta popular que iniciaba en Portugal y se pedía al pueblo de la antigua metrópoli que mandara aunque sea un clavel, un poquito de esperanza porque de este lado del mar, con tanta dictadura militar la noche apenas comenzaba.

Meses después el clavel se marchitó. Las esperanzas se secaron debido a los pactos que la élite del Movimiento de las Fuerzas Armadas hizo con la élite tradicional de Portugal. Hay voces anónimas que cuentan que el 26 de abril, un día después del levantamiento militar, que pasó a llamarse la Revolución de los claveles, la estatua de Luis de Camões, el principal poeta lusitano en la historia y autor de Os lusíadas, en la plaza que lleva también su nombre amaneció con un clavel rojo en su mano izquierda, en cuyo brazo sostiene su capa. Los poetas, como parece, no se quedaron al margen de esta historia.
(este texto incluye la traducción de cuatro poetas lusitanos, para visualizar visita Círculo de poesía)

sábado, 29 de agosto de 2009

Reivindicación del arrabal 1/2

Genealogía superficial del arrabal

Barrio, barrio,
Que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental
Alfredo Le Pera/ Carlos Gardel. Melodía de Arrabal
Hoy hablo de la periferia, de los suburbios, esos lugares desplazados como si se tratara de una sub-ciudad, o peor todavía, una casi ciudad: un pueblo que se quedó a mitad del camino. Todavía en mi barrio, en los lindes de Xochimilco con Tlalpan se suele ver gente caminando debajo de las aceras (y ya lo decía bien Pancho Villa, allá por diciembre de 1914 cuando entró a la Ciudad de México para sentarse en la presidencial ―me refiero a la silla―: este rancho es un ranchote), hecho pedestre que es signo inequívoco de la compenetración entre la cultura rural y la urbana.
Domingo Faustino Sarmiento en su libro Facundo o civilización y barbarie, allá en la Argentina decimonónica, hablaba de un camino a la “civilización”, una civilización que pretendía desaparecer todo lo rural que representara desafío a su modernidad europeizante. Pero cuando hablaba de desaparecer lo rural no se refería únicamente a las costumbres sino también una desaparición física de los hombres que las encarnaban. La voz de Sarmiento no era aislada en estos años, al mismo tiempo a nivel continental, se iniciaban las campañas de exterminio físico contra comunidades indígenas.
Con el debido respeto que le tengo al género cinematográfico del western, América Latina tuvo también su conquista de su Oeste. Llámese Patagonia, Península maya, Amazonia o Valle del Yaqui nuestros respectivos John Waynes hacían “caza” de indios para hacerles el favor de llevarles la modernidad y el progreso a la puerta de sus casas. El general Mariano Escobedo ―sí, ese que hizo prisionero a Maximiliano en Querétaro― tenía en su historial militar una “destacada” participación en las campañas de despojo de sus tierras a las comunidades indígenas. Pero no sólo indígenas, todo lo que oliera a paria o vagabundo era sancionado por la ley civilizatoria, por no cooperar con el sacrosanto progreso; y así, las leyes antivagancia se hicieron comunes en las legislaciones del continente.
Y no es casual que empiece haciendo referencia a un argentino tan moderno como lo era Sarmiento; y es que me encontraba escuchando un disco de tangos viejos, que heredé no sé de quién, y que dece algo así como: Viejo...barrio...perdoná que al evocarte se me pianta un lagrimón, que al rodar en tu empedrao es un beso prolongao que te da mi corazón.
Sí, hay una nostalgia por el barrio, y a mí también se me piantó un lagrimón como dice la letra de Melodía de arrabal.
Puede usted preguntarse qué relación guardan las campañas de exterminio del siglo XIX con una, por desgracia empolvada, canción de Alfredo Le Pera en voz de Carlos Gardel, y es que la respuesta la encontramos en la genealogía de los arrabales: ¿A dónde fueron a parar esos vagabundos o indígenas libertos cuando lograban salvar el pellejo de los trabajos forzados que el ángel de la historia y el progreso les imponía? ¿Dónde encontraron refugio todas aquellas almas que tenían algo que platicar o cantar después de 12 o 16 horas de trabajo? ¿A caso no crearon en el barrio y más específicamente en los abrebaderos del dios Baco que hay de los suburbios una propia estética, una propia voz?
El arribo concéntrico por generaciones a lo largo del siglo XX a la Ciudad de México de contingentes de estos “hombres nuevos” de la Revolución Mexicana fue dando forma a la cultura de la clase popular de nuestra ciudad. La colonia Guerrero, Nonoalco, Bondojo, Tacubaya, Iztapalapa, San Ángel, (muchas de ellas preexistentes como pueblos y que fueron absorbidos por la banqueta y el alumbrado público, mas no del todo por el progreso) recibieron a esto nuevos inquilinos y dieron la pauta para configurar el carácter popular que hoy tienen los suburbios.

La virgen de arrabal

Justo a mitad de siglo los que creían estar bajo el cobijo omnipresente del Señor Presidente y la virgen de Guadalupe se asombraron ante la oleada de ritmos provenientes del Caribe. La Liga de la Decencia reaccionaba ante los movimientos de cadera que hacía Ninón Sevilla y Tongolele en las películas de la época y la censura a las letras de Agustín Lara (arrabalero de pura cepa) indicaban que algo en la moral o la idolatría del mexicano “estaba mal”, esa idolatría debía ser llevada por buen camino, como lo manda la Santa Iglesia Católica. La primeras damas, acompañadas de la beneficencia y plenipotenciarios de la jerarquía católica luchaban contra esa idolatría que significaban las canciones del mismo Lara, Daniel Santos o Chelo Silva.
Recuerdo de mi infancia (hacia principios de la década de los noventa) las canciones de Daniel Santos. Su torrente de voz, salpicada de pausas entre sílaba y sílaba tenía un sello particular e inolvidable para quién lo escuchaba por primera vez. Y fue esa voz de síncope la que popularizó una melodía que todavía suelo escuchar por el gusto de mis padres: virgen de media noche. De pequeño, por la candidez que representan los diez años de edad, pensaba que el señor de voz entrecortada interpretaba una súplica a una virgen montada en su nicho, con su veladora encendida y su séquito de querubines asexuados. Caí en cuenta, cerca de cinco años después, que en realidad la súplica era dirigida a una prostituta de arrabal.

La canonización por primera vez, en el espectro intelectual de un adolescente de barrio, dejó de ser patrimonio exclusivo de las autoridades púrpuras del Vaticano. La canonización ahora tocaba las partes más “inmundas” de lo laico y sin querer el niño al que su abuela le tapaba los ojos cada que pasaba junto a las putas de La Meche (La Merced) repetía el canto desacralizante de la virginidad por un lado y canonizador de lo más profano por el otro. No estaba yo encontrando (ni Pedro Galindo, compositor hidalguense autor de la canción) el hilo negro. Ya los tangos hablaban en voz del intérprete, no con poco machismo, de las mujeres como todas unas putas, menos su madre porque ella era una santa. Por supuesto que esta nueva nomenclatura de la mujer de arrabal no daba más lugar a la mujer que la de mero receptáculo u objeto de culto, una objetivación sacra del deseo y el azote.

martes, 18 de agosto de 2009

La escatología de la memoria y las bombas de papel.

Leonardo Iván Martínez.

El incendio de Alejandría. Reseña
Ediciones B, México, 2005.

La destrucción de las bibliotecas tiene una larga historia. Desde la utilización de las tablillas de arcilla como ladrillos en la antigüedad hasta los bombardeos de bibliotecas y museos en la vieja Persia (hoy Irak) por las tropas norteamericanas de ocupación, la desaparición física de la memoria histórica y artística ha sido el modus operandi de la intolerancia. Más que el fuego, lo que ha reducido a cenizas a los más importantes aportes científicos y humanísticos de la edad antigua y moderna es el dogma, pues es ésta la mano que empuja a los hombres a destruir lo que no entra en sus patrones de racionalidad, una destrucción de la memoria, de los testimonios del pasado como lo hizo en su momento Diego de Landa con la desaparición de los códices mayas.
En el caso del incendio de la Biblioteca de Alejandría Jean Pierre Luminet recompone, o elabora narrativamente las emotivas e históricas condiciones que seguramente sus guardianes encontraron ante la ocupación árabe de la ciudad egipcia y la amenaza de destrucción de sus acervos. La novela tiene como personajes centrales los escritos que durante casi un milenio se resguardaron en la edificación ideada por el primero de los Ptolomeos después de la muerte de Alejandro Magno. Luminet encuentra en la historia del incendio de la Biblioteca egipcia una gran excusa para hacer un recorrido por la historia de las ideas.
El guardián de la biblioteca, acompañado de su sobrina y un joven geómetra tratan de convencer al general musulmán que sitia la ciudad de Alejandría para que se oponga a las órdenes que le envía el califa Omar que consiste en la destrucción del recinto. Durante largas noches los tres últimos guardianes toman la palabra y se convierten en los narradores de las historias que rodean el cúmulo de material escrito que está a punto de reducirse a cenizas. Vemos desfilar la historia de la Biblia de los Setenta, las disputas al interior del Sanedrín por conservar fiel la interpretación de su libro sagrado y las mañas con que el primero de los Ptolomeos adquiría los originales de todo escrito que arribaba al puerto de Alejandría para engordar la colección más grande de la historia con sus ejércitos de escribas y copistas.
Ciencia versus dogma es otra constante en El incendio de Alejandría. Desde Euclides y Aristarco de Samos hasta Nicolás Copérnico, los científicos desfilan a lo largo de la novela. Pasan explicando sus teorías a reyes con la espada desenvainada para ser acusados de infieles y amenazantes al orden establecido, y finalmente sometidos al destierro, al silencio o la muerte.
Los narradores y guardianes de la biblioteca de Alejandría asumen, en la trama de la novela, una tarea didáctica: develar los aportes del Occidente ante el representante y vocero del Oriente, amenazador de su racionalidad. El general Amr, antiguo comerciante beduino, es incapaz de comprender la grandeza que tiene ante sus ojos, y la causa de ello se encuentra en que para él no había nada más que buscar después de haberse escrito el Corán: receptáculo de todo lo habido y por haber; lo nuevo y lo viejo y por ende no existía razón alguna para conservar algo que sólo reiteraba lo que ya estaba escrito en el libro del profeta Mahoma.
El libro de Luminet es, además de una apología a la conservación de los libros, una defensa a los intelectuales y científicos (Aristarco de Samos, Séneca o Arquímedes) que han sido sometidos a los intereses pragmáticos del Príncipe: el mismo Ptolomeo, Calígula, Cleopatra o Nerón. El fantasma de una crítica a la relación entre el estado (o el gobernante) y su papel como mecenas de las artes y la ciencia y la pregunta de hasta cuándo su papel deja de ser el de un protector para convertirse en el perseguidor y en muchos casos en verdugo, se cuela en las páginas de la novela. No deja de ser una toma de posición ante los nexos entre ciencia, arte y poder.
En el fondo la novela de Jean Pierre Luminet traza las líneas de la coexistencia entre las civilizaciones y su manera de apropiarse de sus racionalidades. El fuego y la intolerancia como los autores intelectuales, si así se les puede llamar, de la reducción a cenizas de muchos escritos no conocidos y que sólo se sabe de ellos por referencias de terceros. Fernando Báez en el libro Historia Universal de la destrucción de libros (Ediciones Destino, Barcelona. 2005) nos recuerda el pasaje de la defensa republicana de Madrid en que Miguel Hernández llevaba en una carretilla a Vicente Aleixandre a rescatar lo que quedaba de su biblioteca, bombardeada por las tropas fascistas y nos reitera que las bombas franquistas, la cimitarra árabe, la espada del apóstol Santiago y la suástica nazi, en general toda expresión de intolerancia y censura, son los verdaderos enemigos de los libros.

miércoles, 15 de julio de 2009

Bolívar y el romanticismo


La Otra, revista dirigida por el poeta duranguense José Ángel Leyva dió a conocer el día de ayer, 14 de julio de 2009 en su versión electrónica, el ensayo titulado Bolívar y el romanticismo del poeta, narrador y ensayista colombiano William Ospina. Recientemente galardonado con el Premio Rómulo Gallegos, Ospina se presenta en este ensayo como un gran conocedor de la historia y la filosofía, además de un agudo pensador que convierte cada uno de sus poemas en verdaderos ensayos llenos no sólo de un gran valor artístico y estético sino también de un gran contenido filosífico. Reciéntemente en la revista Letras Libres el poeta mexicano Luis Jorge Boone comparaba la labor del colombiano con la de Jorge Luis Borges, por la sustancialidad y peso conceptual de las ideas que contiene cada uno de sus versos, y pienso que no se ha equivodado. Baste leer este pequeño ensayo y después leer alguno de sus poemas para concluir que El Dorado, el tesoro tan buscado por los conquistadores, en realidad se encuentra en los hombres de Nuestra América.



A FINALES DEL SIGLO DIECIOCHO los europeos estaban reinventando el mundo.Voltaire había emprendido una lúcida y demoledora revisión de la historia de la cultura; los enciclopedistas arrojaban por todos los rincones la luz de la razón; Montesquieu proponía nuevas tareas para el Estado; Kant examinaba los mecanismos del entendimiento; Linneo descubría un método para percibir los órdenes de las especies; Rousseau proponía una nueva relación del hombre con la naturaleza y la posibilidad de una pedagogía que engrandeciera al ser humano y su misión en el mundo; Wilhelm de Humboldt descifraba los secretos del lenguaje, mientras su hermano Alexánder hacía del conocimiento una aventura física y de la vida un laboratorio apasionante.
Los revolucionarios franceses ponían la Libertad en el cielo de la historia, el ideal de la Igualdad en las calles, y hasta se mataban unos a otros luchando por la Fraternidad; los libros corrían de mano en mano; los adolescentes se volvían regicidas; las muchedumbres, que habían crecido arrulladas por los reyes de los cuentos de hadas, empezaban a ver en las coronas imposturas sangrientas; y el pálido Cristo sangrante que había unificado a Europa estaba siendo reemplazado en las almas por la diosa Razón.
Era la edad de la locura lúcida, de la cordura delirante, del equilibrio desmesurado, de “todo lo que existe merece perecer”, de “abramos los graneros del futuro”, de “derribemos las coronas con sus cabezas”; se nivelaba la sociedad con la guadaña; se empequeñecía a la aristocracia para engrandecer al pueblo; se devolvía la divinidad a la naturaleza.Detrás de los filósofos, que interpretaban el mundo, venían los poetas, que lo reinventaban: Goethe, soñador de la locura fáustica que vende el alma por el conocimiento; Schiller, que incendiaba una nación con un poema; Blake, que veía “un mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, el infinito en la palma de la mano y en una sola hora la eternidad”; Wordsworth, que hallaba bendiciones en la brisa y divinidad en el paisaje; Shelley, que ponía en toda palabra la música de la libertad; Keats, capaz de dar a lo más humilde un sentido inmortal; Novalis, que convertía la razón en belleza, la curiosidad en metáfora, la intuición en conjuro; Hölderlin, que vio desde los pozos de la desdicha las estrellas diáfanas del futuro. Sobre todo ese paisaje de ideas y de pasiones, de sueños y de delirios, se alzó Napoleón Bonaparte, que disparaba derechos a cañonazos, que pretendía imponer la legalidad con la punta de la espada, que usaba la corona para igualar a los hombres, y que dejó sobre el mundo un rastro ambiguo de sangre y de leyes.
Y esos fueron los hornos en los que se forjó Simón Bolívar: educado en la pedagogía de Rousseau, levantado en las ironías de Voltaire, formado en el panteísmo de Spinoza, deslumbrado en París por los relatos de Humboldt sobre Venezuela y la Nueva Granada, iniciado en los vértigos del Romanticismo viajando a pie por las cornisas de los Alpes, asomado a los vórtices de la Revolución Francesa, convertido en estadista por la lectura de Montesquieu y por las lecciones de la historia, estudioso de la estrategia militar napoleónica, y siempre con el alma dividida entre la adoración por el genio de Napoleón y el desprecio por su aventura imperial.
Hace dos siglos volvió Bolívar a Venezuela. Venía de los salones de París y de las gargantas de los Alpes, de las cabalgatas por los alrededores de Roma, de un continente que estaba siendo hollado y transformado por ejércitos adolescentes y por los sueños de una generación, y venía a encontrarse con los sueños, las agonías y la naturaleza de un mundo casi virgen. Volvía a un continente donde casi no había naciones sino fracciones de un territorio profanado y deprimido por las metrópolis, todavía desconocido por la ciencia e indescifrado por la conciencia; un mundo que sobre todo necesitaba creer en sí mismo. Y Bolívar fue, como dijo Paul Valery, “uno de los ejemplos más acabados de la voluntad humana organizada, cuando se alza para manejar los destinos de millones de hombres”.
Cuando regresaba, debió cruzarse con Byron por algún camino de Europa, sin saber que ambos iban hacia las guerras de la libertad, ebrios de pasión amorosa, de lujo y de poesía. Todo lo entregaron por sus sueños, y si Bolívar dijo alguna vez a su prima Fanny: “En las noches galantes del Magdalena he vuelto a ver la góndola de Byron deslizándose por los canales de Venecia”, Byron a su vez compró un barco, al tiempo que Shelley compraba otro, para navegar por la bahía de Spezia, y mientras Shelley ponía en la proa del suyo el nombre del genio musical de Shakespeare, Ariel, Byron puso en la proa de su barco el nombre que colmaba su ideal romántico: Bolívar.
Bertrand Russell escribió que el momento más alto del romanticismo europeo no fue un poema ni un lienzo ni una sinfonía sino la muerte de Byron en Missolonghi, luchando por la libertad de Grecia. Pero Byron murió soñando con Bolívar, que en ese mismo momento, cabalgando por los páramos de los Andes, se esforzaba por construir, en este mundo de selvas y de mitos entretejidos, la gran república Sudamericana.

miércoles, 15 de abril de 2009

Arullo del Seringueiro


Publico la traducción de Acalanto do seringueiro (Arrullo del seringueiro) de Mario de Andrade, el poeta modernista brasileño.



Acalanto do seringueiro
Mário de Andrade

Seringueiro brasileiro,
Na escureza da floresta
Seringueiro, dorme.
Ponteando o amor eu forcejo
Pra cantar uma cantiga
Que faça você dormir.
Que dificuldade enorme!
Quero cantar e não posso,
Quero sentir e não sinto
A palavra brasileira
Que faça você dormir...
Seringueiro, dorme...
Como será a escureza
Desse mato-virgem do Acre?
Como serão os aromas
A macieza ou a aspereza
Desse chão que é também meu?
Que miséria! Eu não escuto
A nota do uirapuru!...
Tenho de ver por tabela,
Sentir pelo que me contam,
Você, seringueiro do Acre,
Brasileiro que nem eu.
Na escureza da floresta
Seringueiro, dorme.

Seringueiro, seringueiro,
Queira enxergar você...
Apalpar você dormindo,
Mansamente, não se assuste,
Afastando esse cabelo
Que escorreu na sua testa.
Alguma coisas eu sei...
Troncudo você não é.
Baixinho, desmerecido,
Pálido, Nossa Senhora!

Parece que nem tem sangue.
Porém cabra resistente
Está ali. Sei que não é
Bonito nem elegante...
Macambúzio, pouca fala,
Não boxa, não veste roupa
De palm-beach... Enfim não faz
Um desperdício de coisas
Que dão conforto e alegria.

Mas porém é brasileiro,
Brasileiro que nem eu...
Fomos nós dois que botamos
Pra fora Pedro II...
Somos nós dois que devemos
Até os olhos da cara
Pra esses banqueiros de Londres...
Trabalhar nós trabalhamos
Porém pra comprar as pérolas
Do pescocinho da moça
Do deputado Fulano.
Companheiro, dorme!
Porém nunca nos olhamos
Nem ouvimos e nem nunca
Nos ouviremos jamais...
Não sabemos nada um do outro,
Não nos veremos jamais!
Seringueiro, eu não sei nada!
E no entanto estou rodeado
Dum despotismo de livros,
Estes mumbavas que vivem
Chupitando vagarentos
O meu dinheiro o meu sangue
E não dão gosto de amor...
Me sinto bem solitário
No mutirão de sabença
Da minha casa, amolado
Por tantos livros geniais,
"Sagrados" como se diz...
E não sinto os meus patrícios!
E não sinto os meus gaúchos!
Seringueiro dorme ...
E não sinto os seringueiros
Que amo de amor infeliz...

Nem você pode pensar
Que algum outro brasileiro
Que seja poeta no sul
Ande se preocupando
Com o seringueiro dormindo,
Desejando pro que dorme
O bem da felicidade...
Essas coisas pra você
Devem ser indiferentes,
Duma indiferença enorme...
Porém eu sou seu amigo
E quero ver si consigo
Não passar na sua vida
Numa indiferença enorme.
Meu desejo e pensamento
(...numa indiferença enorme...)
Ronda sob as seringueiras
(...numa indiferença enorme...)
Num amor-de-amigo enorme...

Seringueiro, dorme!
Num amor-de-amigo enorme
Brasileiro, dorme!
Brasileiro, dorme.
Num amor-de-amigo enorme
Brasileiro, dorme.

Brasileiro, dorme,
Brasileiro... dorme...

Brasileiro... dorme...

Arrullo del seringueiro [1]
(traducción al español de Leonardo Iván Martínez)


Seringueiro brasileño
en lo oscuro de la selva
seringueiro, duerme.
Rasgando el amor pretendo
entonarte una canción
que te arrulle hasta dormir.
¡Qué dificultad enrome!
Quiero cantar y no puedo,
quiero sentir y no siento
la palabra brasileña
que te haga por fin dormir…
Seringueiro, duerme.

¿Cómo será lo profundo
De esa tierra de Acre[2]?
¿Cómo serán los aromas,
La blandura y la aspereza
de este suelo también mío?
¡Qué miseria! ¡Yo no escucho
La nota del uirapuru!
Tengo que poner mi parte,
Sentir por lo que me cuentan,
Tú, el seringueiro de Acre,
Brasileño como yo.
En la oscuridad de la selva
Seringueiro, duerme.

Seringueiro, seringueiro
Te quería descubrir…
acariciarte dormido
despacito, no te asustes,
retirándote el cabello
que se escurre en tu cabeza.
Una cosa más que sé…
Que de tonto nada tienes
Chaparrito, despreciado,
Pálido, ¡Nuestra Señora!

Parece vacío de sangre
Pero resiste cual cabra
Míralo. Sé que él no es
Bonito ni tiene porte…
Taciturno, casi no habla
No calza, ni viste ropa
De Palm Beach… en fin nunca hace
Un desperdicio de cosas
Que dan confort y alegría

Sin embargo es brasileño,
brasileño como yo…
Fuimos los que regresaron
A Europa a Pedro II…
Nosotros dos le debemos
Hasta los ojos del rostro
A los banqueros de Londres…
Trabajar, y trabajar
Todo por comprar las perlas
Del pescuezo de la niña
Del diputado Fulano.
¡Compañero, duerme!
Mas nunca nos hemos visto
Ni nos oímos siquiera
Ni nos oiremos jamás…
Nada sabemos del otro,
No nos veremos jamás.

¡Seringueiro, no sé nada!
Y aún así estoy rodeado
De un despotismo de libros,
Esos engendros que viven
Chupando sin escrúpulos
Mis monedas y mi sangre
Y no dan satisfacción…
Me siento tan solitario
a causa de la sapiencia
que hay en mi casa, aburrido
por tantos libros geniales,
“Sagrados” como se dice…
¡ Y no siento a mis Patricios!
¡Tampoco siento a mis gauchos!
Seringueiro duerme…
Y no siento al seringueiro
Que amo de amor infeliz…

Ni siquiera te imaginas
Que algún otro brasileño
Que sea poeta en el Sur
Se ande por ahí preocupando
Y el seringueiro durmiendo
Deseando para el que duerme
su bien y felicidad…
Esas cosas para ti
Deben ser indiferentes,
De una indiferencia enorme…
Sin embargo soy tu amigo
Y quiero ver si consigo
No pasar en tu vida
Con indiferencia enorme.
Mi deseo y pensamiento
(con indiferencia enorme…)
Vaga por las seringueiras
(con indiferencia enorme…)
Con amor de amigo enorme…

¡Seringueiro, duerme!
Con amor de amigo enorme…
¡Brasileño, duerme!
Brasileño, duerme.
Con amor de amigo enorme
Brasileño, duerme.

Brasileño, duerme,
Brasileño… duerme…

Brasileño… duerme…
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[1] Seringueiro: Recolector de caucho en la selva brasileña. Estos trabajadores eran explotados por las grandes industrias productoras de neumáticos que a su vez abastecían a la creciente industria automotriz.
[2] Estado brasileño ubicado en lo más escondido del río amazonas. Este estado generaba la gran mayoría de la producción de caucho.